Carismático deicida.
En el mundo de la música popular del siglo XX nadie, absolutamente nadie, posee el carisma de Elvis Presley. Un carisma animal que le hacía contorsionarse en un escenario como nadie y que hacía estallar confetis en el corazón de las chicas quienes, agradecidas, le lanzaban sus pantis como señal de entrega. A las damas mayorcitas, les despertaba un fuerte Complejo de Electra que disimulaban con poco éxito detrás de sus sonrisas.
Para que
estemos claros, Elvis era la encarnación de todas las tentaciones pero, al
mismo tiempo, una experiencia religiosa que convocaba emociones celestiales y
exorcizaba demonios.
Un deicida
que, paradójicamente, era la respuesta a las plegarias de miles de creyentes. La
afirmación no es casual: la música que creó Elvis era una mezcla del country
(ese sonido de los campos de blancos), del góspel (cánticos de las iglesias
evangélicas de USA) y del rhythm and blues (ese sonido de los pueblos de negros
del sur) que fue bautizada a mediados de los 50 como “Rock and Roll”.
A los fines
prácticos, esa nueva música lograba lo mismo que una alabanza: todos eran
poseídos por una energía superior que los hacía caer en trance y alcanzar el
éxtasis, sin cobrar el diezmo, solo el ticket de entrada. Con razón los
mojigatos de siempre se espantaron ante este fenómeno de la naturaleza que era
Elvis Presley.
En ese
sentido, puede afirmarse que nadie contribuyó musicalmente tanto como Elvis a
la integración racial de los Estados Unidos: su música de blancos y de negros
la bailaba como un negro en el escenario y gustaba a todos por igual, al margen
de las razas. Sentó las bases para romper con los rígidos códigos morales de la
radio y la televisión de la época.
Y, en el
contexto de una sociedad que se permite asesinar algunos de sus líderes
progresistas, desde Martin Luther King hasta Bobby Kennedy, Elvis emerge como
la voz de la razón cuando canta If I Can Dream, una canción de
profunda protesta social que cuestionó el establishment.
Pero la
fama es un monstruo que devora a sus propios hijos, sobre todo a los que como
Elvis dejan, literalmente, la vida en el escenario, el único sitio en que se
encontraba en paz consigo mismo, con la ayuda de las pastillas de colores.
Taking Care of Business.
Baz Luhrmann
es un director de cine australiano que, como Presley, posee un estilo narrativo
trepidante que convoca al espectador a un estado de éxtasis, como consecuencia
de una edición vertiginosa que desafía las convenciones de los géneros. Esa
sola condición lo hace candidato ideal para la primera biopic del “Rey del Rock ‘n Roll”. Increíble: que Hollywood nunca
haya hecho una película sobre Elvis, aunque haya aparecido como personaje
incidental en todas las películas que se hacen en Las Vegas. Por supuesto,
dejamos fuera a Elvis (1979), un filme hecho para la televisión y protagonizado
por Kurt Russell.
Luhrmann
debutó con Strictly Ballroom (1992, con la que ganó el AFI al mejor
director y al mejor guion) y luego ha dirigido otras cuatro películas, a saber:
Romeo
+ Julieta (1996, con la que ganó el Bafta al mejor director y mejor
guion), Moulin Rouge! (2001, con la que ganó el Globo de Oro al mejor
director y el Premio PGA), Australia (2008) y El Gran Gatsby (2013).
Si ha visto
algunos de estos títulos, no tengo que explicarle el cuidado y la significación
que Luhrmann pone en sus bandas sonoras, al igual a los elementos visuales como
la composición fotográfica, decorado, iluminación, vestuario y maquillaje, con
los que logra atmósferas surreales, pero que funcionan de mil maravillas a sus
propósitos dramáticos.
Luhrmann y Craig
Pearce, su coguionista habitual, han abordado la historia de Elvis
desde la perspectiva del Capitán Tom Parker, un manipulador promotor que le
prestó sus servicios como manager a cambio del módico 50% de todo el dinero que
produjo “El Rey”, una muy tóxica relación de negocios que terminó en los
tribunales.
Elvis funciona como solo vehicle para Austin Butler en un papel que le cambiará la
vida. Temporada de pronósticos: en
Hollywood no se han guardado un solo elogio para Butler y desde ya se da como
el nombre a vencer de cara al Oscar al mejor actor. Butler, para los que tienen
dudas, puso su voz a las canciones más antiguas de Elvis, para poder
remezclarlas en dolby. Los académicos admiran estos detalles y tienen ciertas
debilidades por los músicos, como se puede comprobar en las recientes Ray
(2004, Oscar para Jamie Foxx) y Bohemian Rhapsody (2018, Oscar para
Rami Malek).
El ganador
del Oscar Tom Hanks aporta un apoyo extraordinario, por lo que tampoco se
descarta otra nominación para el más reciente ganador consecutivo del Premio de
la Academia, por Philadelphia (93) y Forrest Gump (94).
Si observan
detenidamente, todos los elementos promocionales de Elvis incluyen las
iniciales TCB en el logotipo. “Taking Care of Business” (algo así como
“cuidando el negocio”) era el mantra de la Mafia
de Memphis que explotó por años a Presley, su gallina de los huevos de oro,
un dotado de carisma que todavía hoy se mantiene como un ícono fundamental en
la conformación de la identidad de los Estados Unidos.
El filme va
camino a convertirse en un éxito de taquilla para Warner. Si cuidan su negocio,
tienen en sus manos una de las mejores cartas para jugar en la Temporada de
Premios.
Elvis
(2022). Dirección: Baz Luhrmann; Guion: Baz Luhrmann y Carig Pierce;
Fotografía: Mandy Walker; Edición: Jonathan Redmond y Matt Villa; Música:
Elliott Wheeler; Elenco: Austin Butler, Tom Hanks, Olivia DeJonge, Kelvin
Harrison Jr.
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