Pero
Larraín también se ha arriesgado con el cine de género, particularmente el biopic, para el que ha dirigido Neruda
(2016), Jackie (2016) y el filme que ahora nos ocupa, Spencer
(2021).
Una de las
novedades que aporta Larraín es que no hace biografías “planas”, sino que las
trabaja con un gran sentido del thriller: en ellas importa más las
tribulaciones mentales de nuestros personajes que lo que sucede (o deja de
suceder) a su alrededor.
En Neruda,
el poeta del Premio Nobel vive en la clandestinidad, víctima de una cacería
salvaje por parte de un sabueso policía que se ha comprometido a capturarlo
antes de que escape al exterior. En Jackie, la viuda de Kennedy debe
abrir su alma para todos, pero sin perder su dignidad, sin emitir palabras para
titulares de prensa amarilla frente a un periodista que quiere acorralarla. En Spencer,
Lady Diana, la Princesa del Pueblo, busca escapar de todo el protocolo de la
Familia Real, una auténtica jaula de oro que le impide hasta pensar por sí
misma.
La
exposición de esta fábula de Disney con connotaciones trágicas: el cuento de
hadas en que la plebeya se casa con un príncipe azul, pero es inmensamente
infeliz, se hace a través de la mirada de Lady D. Desde su punto de vista, la Reina
y su corte se parecen más a los malos del cuento y conforman una entidad
absolutamente castrante y despersonalizadora. Para ello, Larraín ha contado
con la carismática presencia de Kristen Stewart, una de las actrices más
talentosas de su generación, que se hizo más popular de lo que ella desearía
gracias a la saga Twilight.
Por Spencer,
Stewart ha recibido más de 20 premios a la mejor actriz de 2021. Estamos a
horas de saber si la Academia de Hollywood la honrará con una nominación. Es notable
que todo el peso dramático del filme recae sobre sus hombros, un auténtico solo vehicle para su lucimiento. Y lo ha
logrado con creces.
Lady D es
una mujer al borde de un ataque de nervios, un alma azotada por la
esquizofrenia de saberse vigilada las 24 horas de cada día, sin control sobre
la educación que quiere darle a sus hijos, herederos del trono. Una plebeya que
debe mantener su distancia de los nobles que le han robado las ganas de vivir:
nadie realmente la escucha, a nadie realmente le importa su incapacidad de adaptarse
a la vida aburrida de los monarcas.
Lady D
debe, además, cuidarse de no ser motivo de escándalo con los periodistas que la
acosan, buscando eternizar en una foto un desliz de su intimidad, una mínima señal
de rebeldía, algún signo de lo que realmente quiere: vivir una vida normal.
Larraín usa
su formidable pulso narrativo para ponernos en alerta desde que nos presenta el
personaje, manejando (escapando) sin rumbo por la campiña inglesa. Dicho sea de
paso, cuenta con la contribución de Claire Mathon en la dirección de
fotografía. Mathon ya tiene los méritos suficientes para considerarla en la
élite del oficio: Atlantique (2019), Retrato de una mujer en llamas
(2019, por la que ganó el Cesar) y Petite maman (2021). Uno recuerda,
por ejemplo, una escena a la luz de las velas entre Lady D y sus hijos, que nos
remonta a las pinturas clásicas, por la magnífica composición y encuadre que ha
logrado esta DP.
Pero
también Larraín experiementa y se divierte: hay una banda sonora de jazz, nada
sobria, que suena como contrapunto al doloroso drama de nuestra protagonista. Y
aun así, el filme no pierde un ápice de su propio tempo, no suelta un solo
segundo al espectador solidario, a la deriva por una mar de desesperación,
junto a su eterna princesa.
Spencer queda como uno de los mejores
estrenos del año y un filme que nos inquieta, que nos deja una honda huella,
que nos hace preguntarnos cuál es la esencia de la felicidad.
Spencer
(2021). Dirección: Pablo Larraín; Guion: Steven Knight; Fotografía: Claire
Mathon; Edición: Sebastián Sepúlveda; Música: Jonny Greenwood; Elenco: Kristen
Stewart, Timothy Spall.
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