El
director de cine y de ópera Franco Zeffirelli quien falleció en Roma a los 96
años fue un caso raro de divorcio entre la alta cultura y la de
masas. La primera -teatro y ópera- lo reconoció como uno
de los más grandes directores escénicos de la segunda mitad del
siglo XX. En el cine las cosas fueron más complicadas y Zeffirelli arrastró
mala fama de blando y superficial esteticista. No es del todo justo. Sobre
todo, no es fiel a como fue percibido cuando debutó en cine, siendo ya uno de
los directores escénicos más prestigiosos del mundo, con los éxitos de La fierecilla domada (1967) y
sobre todo de Romeo y Julieta (1968).
En la
primera trabajó con dos grandes estrellas -Taylor y Burton- y
en la segunda, con dos jovencísimos desconocidos -los adolescentes de 17 y 16
años Leonard Whiting y Olivia Hussey- para respetar la
edad que en la obra tienen los protagonistas. Las dos películas fueron
aclamadas por combinar el respeto radical a los textos y la
naturalidad en su recitación y puesta en imagen. Hasta entonces los grandes
referentes shakespearianos en cine eran Dieterle y Reinhardt (El sueño de una noche de verano,
1935), Cukor (Romeo y Julieta,
1936), Mankiewicz (Julio César, 1953)
y, sobre todo, Olivier con Enrique
V (1944), Hamlet (1948) y Ricardo III (1955), y Welles
con Macbeth (1948), Otelo (1952) y Campanadas a medianoche (1967).
Siendo las de Olivier muy teatrales y las de Welles puro cine en un
endiablado juego entre escenografía teatral, iluminación cinematográfica y un
sentido del plano que sólo puede definirse como wellsiano.
Hay que recordarlo para ser justos con Zeffirrelli y
valorar qué representó su irrupción en el cine con La fierecilla domada y el
inmenso éxito de Romeo y
Julieta, una operación de riesgo porque Leonard Whiting y Olivia
Hussey eran dos desconocidos. Pero Zeffirelli acertó al elegirlos. En el éxito
de su Romeo y Julieta se sumaba ver a dos adolescentes de
una belleza renacentista -cuando Shearer y Howard interpretaron la versión de
Cukor tenían 34 y 43 años- recitando con naturalidad los versos de Shakespeare,
filmados con un estilo a la vez esteticista y natural, y con el conmovedor
fondo de una extraordinaria banda sonora de Nino Rota (sobre
todo su tema de amor que se convirtió en un número uno de ventas en la versión
orquestal de Henry Mancini o en las vocales de Johnny Mathis y Andy Williams).
El resto de su larga filmografía no tuvo el
mismo interés. No
acertó al aplicar la fórmula juvenil a una versión medidamente hippy de San
Francisco de Asís (Hermano
sol, hermana luna, 1972) con música de Donovan. Si acertó con la
miniserie televisiva de seis horas y media Jesús de Nazareth (1977), gran producción con lujoso
reparto y guionistas de excepción: Anthony Burgess y Suso
Ceccchi d’Amico, que también se estrenó en cines en dos partes. Tras
ella sorprendió al rehacer con éxito el clásico de King Vidor Campeón (1979).
Pero el fracaso del flojo melodrama Endless Love (1981) le
aconsejó dedicarse a filmar óperas. Entre 1979 y 2000 dirigió, entre
otras, Carmen con Elena Obratsova, La Traviata y Pagliacci con Teresa
Stratas, Otello con
Katia Ricciarelli o Turandot con
Eva Marton, todas ellas con Plácido Domingo.
Volvió
al cine de ficción en 1988 con la discreta El joven Toscanini y con mejor resultado en 1990 para
reencontrarse con Shakespeare -sus direcciones teatrales y cinematográficas de
sus obras le valieron ser el único director italiano distinguido
con el título de Sir- en el Hamlet que
interpretó Mel Gibson, a la que siguieron la adaptación
de la novela de Giovanni Verga Storia
di una capinera (1993),
una correcta versión de Jane
Eyre (1996) interpretada por Charlotte Gainsbourg,
la autobiográfica Té con
Mussolini (1999) y, cerrando su carrera cinematográfica, la
también un punto autobiográfica Callas
Forever (2002), con Fanny Ardant y Jeremy Irons.
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