“Gracias
a mis monstruos”. Con esas emotivas palabras finalizó el mexicano Guillermo del
Toro sus palabras de agradecimiento al recibir el Globo de Oro como Mejor
Director por La forma del agua.
Y no era
para menos: Del Toro ha sabido explorar sus miedos y parir (literalmente)
algunos de los monstruos más destacados del cine contemporáneo: desde aquel “Jesús
Gris” de Cronos (1993) hasta el formidable “Hombre Pálido” de El
laberinto del Fauno (2006), pasando por el mismísimo Fauno.
Su nuevo
monstruo es salvajemente carismático y protagoniza La forma del agua, la
nueva fábula de Guillermo del Toro. Hay que recordar que, en la mayoría de las
fábulas, los personajes suelen ser animales u objetos inanimados a los que se
les dota con características humanas. Para este caso, Del Toro, subvierte de
manera brillante alguna que otra regla del género: su anfibio humaniode no
representa peligro para nadie y su damisela en apuros se masturba en las
mañanas (en el agua), como para matar su soledad.
Pues
entre esta criatura amazónica y Elisa Esposito (nuestra princesa sin abolengo, ni
atributos físicos y, para colmo, muda) se crea una conexión mágica, llámele “amor”
si quiere, califíquelo de “chapeo afectivo” si le parece, pero en virtud de la
necesidad de la una por el otro y viceversa, Del Toro la hace creíble y sobre esa
extraña relación monta su estructura dramática y despliega su historia en la
Baltimore de los tiempos de la guerra fría, lo que implica la existencia de
espías rusos.
Esto
crea una correspondencia con El laberinto del fauno en el sentido
de que, en ambos casos, Del Toro mezcla elementos mágicos con hechos reales
(Guerra Civil y Guerra Fría) como referencia de lugar y tiempo específicos.
La
mitología “clásica” de la fábula es tipo La Bella y la Bestia (el mismo
esquema aplica para King Kong): una historia de amor que implica que uno de los protagonistas
de la historia debe cambiar, es decir, la implícita desaprobación de la
naturaleza de uno de los polos o, frecuentemente, la muerte de uno de ellos.
Para decirlo más claro: el establishment
cultural impone su condena como salida a la historia de amor prohibido.
Del Toro
aporta su guiño cinematográfico en la resolución de su conflicto con el filme
que se exhibe en el cine sobre el que vive nuestra protagonista, The
Story of Ruth, basada en la historia de la biblia sobre esta mujer que
renuncia a todo por una nueva vida. y una breve (pero válida) referencia a El monstruo de la laguna negra (1954, Jack Arnold).
Y, de
alguna manera, esta fábula conecta con nuestro niño interior que anhela que
triunfen los buenos en vez de los malos (para variar), que prevalezcan la paz y
la justica en todo el mundo, que se cumplan los sueños y que triunfe el amor por
sobre todas las cosas.
La forma del agua se estrenó en el Festival de Cine de Venecia, en donde ganó el León de Oro a la Mejor Película. Desde
entonces, le han llovido los reconocimientos: Globos de Oro (2, Director y banda
sonora), Critics’ Choice Awards (3 premios, incluyendo Mejor Película y
Director), Bafta (12 nominaciones), entre otros, y sus 13 nominaciones al Oscar
donde parte como indudable favorita porque es una de las mejores películas del
año.
La forma
del agua (2017). Dirección: Guillermo del Toro; Guion: Guillermo del Toro y
Vanessa Taylor; Fotografía: Dan Laustsen; Edición: Sidney Wolinsky; Música:
Alexandre Desplat; Elenco: Sally Hawkins, Octavia Spencer, Michael Shannon,
Richard Jenkins.
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