Una
cárcel, cualquiera, es un terreno fértil para el nacimiento de buenas historias
dramáticas. La literatura y el cine han creado y recreado muy buenas historias
sobre el tema carcelario.
El
sub-género tiene una Obra Maestra absoluta en Un condenado a muerte se ha
escapado (1956, Robert Bresson), pero también títulos muy recordados,
desde Papillon (1973, Franklin J. Schaffner), pasando por el Expreso
de medianoche (1978), que consagró a su director Alan Parker, hasta El
beso de la mujer araña (1985), que consagró a Héctor Babenco y le
permitió a William Hurt ganar el Oscar el mejor actor.
En
fechas más recientes, Shawshank Redemption (1994, Frank
Darabont) fue un éxito de crítica y público; y la española Celda 211 (2009, Daniel
Monzón), consiguió 8 premios Goya, incluyendo mejor película, director y actor,
para el estupendo Luis Tosar.
J.M.
Cabral, uno de los más inquietos directores de nuestro cine, nos presenta Carpinteros,
un drama rodado en las cárceles Najayo Hombres, Najayo Mujeres y La victoria,
que emerge como no solo como una valiente denuncia social, sino también como una
de las mejores propuestas cinematográficas de 2017.
“Carpintear”
es comunicarse por señas entre los internos y las internas, en plan amoroso más
allá de los barrotes y las condenas. El descubrimiento de ese lenguaje fue la
chispa para que Cabral construyera su historia de amor, traición y venganza en
Najayo que, como cualquier otro centro penitenciario, es una radiografía de lo
que somos como sociedad: ni todos somos iguales, ni la justicia es igual para
todos.
En
efecto, al interior de nuestras cárceles se teje un sub-mundo de tramas
criminales, de narcotráfico, de explotación, de privilegios para los poderosos.
Y mucho de eso se deja entrever en Carpinteros. Es bastante significativo
que del trío protagonista: Manaury (Ramón Candelario), Yanelly (Judith
Rodríguez) y Julián (Jean Jean), este último sea descendiente de haitianos y
sufra discriminaciones por esa condición.
En la
mejor tradición del Neorrealismo Italiano, Cabral no solo usa las instalaciones
reales de Najayo como escenario, sino que muchos de sus internos e internas,
así como algunas de sus autoridades, hacen sus pininos en la actuación,
imprimiéndole al filme una carga de verismo y emotividad que pocas veces se ha
logrado en nuestro cine.
Hay que
elogiar la selección de los actores: todo el mundo está adecuado a su papel.
Hay que elogiar el diseño de la banda sonora que, por momentos, nos hipnotiza
por completo. Hay que elogiar que, por fin, los personajes hablan como la gente
de la calle, sin tapujos, ni poses de académicos.
Sin
embargo, Carpinteros no es redonda en la calidad de su estructura
dramática. A una primera parte intensa que logra conectar con el público, se
opone un desgaste de la magia en la medida que la historia se interna en
terrenos de la venganza, necesario colofón para lo que se cuenta. Resulta
difícil de creer, por ejemplo, que nuestros personajes puedan amarse mientras
el mundo, literalmente, se está acabando. Eso atenta contra el verismo del
filme, que es su principal atractivo.
Carpinteros inició con el pie derecho su recorrido por festivales. De hecho, se
convirtió en la primera película dominicana en entrar a la competencia del
prestigioso Festival de Sundance. De ahí, llegó hasta el Festival de
Guadalajara, donde consiguió tres importantes galardones: Premio Especial del
Jurado, Premio al mejor actor y el Premio Feisal. Y luego, Toulouse, Panamá,
Havana Film Festival de New York, donde consiguió el premio al mejor director.
Carpinteros es una
palpable demostración de que avanzamos en la realización de buenas películas.
Carpinteros
(2017). Dirección y guion: J.M. Carbral; Fotografía: Hernán Herrera; Edición:
J.M. Cabral; Música: Freddy Ginebra; Elenco: Jean Jean, Judith Rodríguez, Ramón
Candelario.
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