La historia de este filme comienza en 1984: un greñú (nunca mejor usado el epíteto) de nombre Tim Burton rodó para la Disney un corto de acción real titulado Frankenweenie, protagonizado por Shelley Duvall, Daniel Stern y Sofia Coppola.
Los ejecutivos de la Factoría no entendieron las posibilidades del humor gótico y macabro de aquel jovencito y lo botaron de la compañía antes de que hiciera más daño. Pero más puede el talento que la burocracia y aquella perspectiva de Burton terminó imponiéndose como tendencia en el gusto de los cinéfilos de todo el mundo.
Para muestra bastaría revisar los primeros títulos de la filmografía del director, premiada en su conjunto en el Festival de Venecia: Beetlejuice (1988), El joven manos de tijera (1990), Ed Wood (1994) y Sleepy Hollow (1999), destilaban una fascinación enfermiza por lo macabro, una aproximación cuando menos, novedosa.
28 años después, Tim Burton convertido en uno de los directores no sólo de mayor éxito (Alicia en el país de las maravillas recaudó más de US$1,000 millones en todo el mundo) sino también más respetados de la industria, era obvio que le iba a cobrar a Disney la humillación.
De aquí surge la idea de rodar de nuevo Frankenweenie, ahora como largometraje y bajo la técnica del stop-motion, es decir, utilizando figuras de plastilina para crear los personajes, una técnica a la que Burton tuvo su acercamiento como director con La novia cadáver (más humor macabro) y como productor con Pesadilla antes de navidad (dirigida por el Maestro de la técnica, Henry Sellick).
Por si fuera poco riesgo, Burton rodó en blanco y negro y la convirtió en 3D: toda una travesura.
El producto es un filme encantador que echa mano a la conocida historia de Frankenstein (y algunos de los clásicos del cine de horror) y la traduce en una leyenda urbana para los nuevos tiempos.
De nuevo convoca a algunos de sus habituales colaboradores: John August (guión), Danny Elfman (música) y Peter Sorg (fotografía). El elenco que presta sus voces es de ensueño: Winona Ryder, Catherine O’Hara, Martin Landau y el mismísimo Christopher Lee.
Tengo mis dudas en que el público común aprecie en todo lo que vale este filme de Burton, un mago en la creación de atmósferas que, este mismo año, ya mordió el polvo de la derrota con Sombras tenebrosas: si no se tiene la referencia de la historia original de Mary Shelley se pierde la gracia.
Lo que nadie pone en duda: es una notable contribución en esta tendencia de animaciones de género que también nos ha traído ParaNorman y Hotel Transilvania. Mi sabia abuela lo pronosticó con acierto de bruja: “Estos muchachos de ahora…”
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