(Vacaciones de Pascua es ya sinónimo de Buen Cine. Este año, retorno como buen alumno a Kurosawa, gracias a quien descubrí las vueltas de tuerca. Debo agradecer la cinéfila solidaridad de Pedro Estrella, Teddy Ureña y José Enrique Tavárez. -José)
El 1 de septiembre de 1923, un potente terremoto sacudió Japón. Fue una fecha marcada en la historia de la estupidez humana: xenófobos de Tokio masacraron cientos de coreanos a quienes culparon por la tragedia. Al día siguiente, Akira Kurosawa, un niño de apenas 13 años, perdió para siempre el miedo y ganó el asombro, uno de las claves para el éxito de sus filmes.
Con frecuencia he escuchado señalar a Kurosawa como “el más occidental de los directores japoneses”, mientras que a Yazujiro Ozu lo catalogan como “el más oriental de los realizadores de Japón.”
No sé si eso invalida a uno o prestigia a otro, pero lo cierto es que Kurosawa vivió su vida dedicado al cine: 30 filmes, apreciados en todo el mundo y con un innegable impacto en posteriores generaciones de cineastas, desde Steven Spielberg hasta Martin Scorsese, pasando por George Lucas.
Kurosawa debutó como director con Sugata Sanchiro (1943), sobre las angustias de un estudiante de jujitsu que también debe aprender satori (la calma que deviene de la aceptación de las leyes de la naturaleza) y a controlar las pasiones que le despierta la hija de su maestro. Quedó evidenciado el nacimiento de un gran realizador.
El séptimo filme de Kurosawa, Drunken Angel (1947), supuso su encuentro con Toshiro Mifune (a quien convertiría en su actor-fetiche) y analiza la extraña relación entre un Yakuza tuberculoso, su médico (el ángel del título) y su amante. Rodada durante la ocupación militar americana, Kurosawa enfrentó las siempre estúpidas reglas de la censura gringa en esta crítica al bajo mundo de la mafia japonesa, a esa sociedad en la que todo está podrido y ahogamos las penas en alcohol, mientras asistimos a un puticlub llamado Bolero (acaso lejano predecesor del Club Silencio que nos mostró David Lynch).
En 1950, Rashomón le confirmó como realizador de alcance internacional, al ganar el León de Oro del Festival de Venecia.
Kurosawa siempre se manejó como el Sensei de su universo, el Maestro de la técnica que, desde Los siete samuráis (1954) rodaba las escenas de acción con tres cámaras, con tres perspectivas diferentes, que creaban en la edición, la ilusión de tres veces el tiempo de batalla. Con ella ganó el León de Plata en el Festival de Venecia.
Por cierto, Los siete samuráis es uno de los cuatro filmes que Steven Spielberg ve antes de comenzar un nuevo proyecto. El compadre de Spielberg, George Lucas, encontró su fuente de inspiración en La fortaleza escondida (1958, Oso de Plata en el Festival de Berlín) para su exitosa saga Star Wars.
Con Yojimbo (1961), nueva vez en colaboración con Mifune, sentó las bases dramáticas sobre las que se construirían los más sonados éxitos del spaghetti-western, a partir del héroe desconocido que llega de ninguna parte, pero que maneja convenientemente las intrigas entre bandos rivales. Kurosawa hace uso perfecto de la vuelta de tuerca en su narración, al tiempo que muestra imágenes tan impactantes como el perro que se pasea con una mano en su hocico, lejana predecesora para otro filme de David Lynch.
Nadie ha hecho llover tanto y tan hermoso en el cine como Kurosawa. “Realmente te gusta la lluvia” –le dijo John Ford en cierta ocasión. “Realmente has visto mis películas”, le contestó. Ambos también compartían un inmenso aprecio por los caballos, pero el Sensei los hizo protagonizar más escenas que nadie.
Si lo desea comprobar, tres títulos extraordinarios de Kurosawa: Dersu Uzala (195, Oscar Mejor Película Extranjera), Kagemusha (1980, Palma de Oro en el Festival de Cannes) y Ran (1985), filmes que alcanzan una madurez estética y expresiva, sencillamente excepcionales.
Pocos directores de cine alcanzan el onirismo logrado en Sueños (1990), colección de viñetas con los efectos especiales de la ILM (sí, la de George Lucas) al servicio de la imaginación poética del Maestro japonés. La pesada carga de angustia (por los cuadros de Van Gogh, por los duraznos, por los soldados caídos), de complejidad sicológica de estos sueños no impide para nada que sean reconocidos como propios, en su sentido más universal, como posibles, en su sentido más metafísico.
En 1990, la Academia de Hollywood, reconoció al Sensei del cine japonés con su Oscar honorífico “por los logros cinematográficos que han inspirado, deleitado, enriquecido y entretenido a audiencias de todo el mundo y han influenciado a cineastas a nivel global”. Como suele pasar con el Oscar, se quedaron cortos.
Los 7 Samurais es muy buena... tiene varias lineas que son estrategias que pueden aplicar a las empresas...
ResponderBorrarsolo he visto esta pero al usted hacer referencias de Star Wars no puedo esperar ver las otras abrazos por allá