Si nos atenemos a su definición, una Diva es “una artista de éxito, fama y categoría”. Aunque el adjetivo sólo se aplicaba a cantantes de ópera, se ha extendido su uso hasta abarcar las actrices.
Latinoamérica siempre ha tenido sus Divas, como cartas bajo la manga, para atraer público a los cines.
Bastaría recordar a la mexicana Dolores del Río, la primera actriz latina que triunfó en Hollywood, donde se le consideró la versión femenina de Rodolfo Valentino.
También mexicana, pensar en María Félix, con tan mal carácter como belleza, a quien Agustín Lara, uno de sus cinco maridos, le dedicó la canción María bonita.
A la brasileña Carmen Miranda con su famoso sombrero de frutas, quien cortaba la respiración con su movimiento de caderas.
A la dominicana María Montez, cuya exótica belleza le hizo merecer el título de “Reina del Technicolor”.
Hace unos años, la brasileña Sonia Braga encendió la imaginación con filmes como Doña Flor y sus dos maridos y Gabriela, clavo y canela. Y añado La dama del autobús, valiosa sugerencia de Teddy Ureña.
Actualmente, mujeronas como Jennifer López, Salma Hayek y Bárbara Mori alimentan las fantasías de los cinéfilos del mundo.
Pero más allá de sus esculturales medidas anatómicas, hay que reconocer que obligan a los guionistas a escribir historias a la altura de sus talentos. De eso hablaré en otra ocasión, tengo que limpiar el teclado.
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