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viernes, enero 14, 2011

Biutiful: la poesía de la miseria humana


Alejandro González-Iñárritu es un poeta. Escribe con imágenes, pero nadie puede negar su extraordinario talento para retratar la poesía que subyace en la miseria moral, ética, humana de sus personajes. Esa constante también está presente en Biutiful, su nuevo filme protagonizado por Javier Bardem.

Bardem es Bardem.

Por si quedaba algún escéptico acerca del extraordinario talento de Javier Bardem tomen de su actuación en Biutiful el rango que abarca sus miradas: desde la mirada felina a su hijo para que deje de patear la mesa mientras cenan, hasta su mirada-sonrisa de niño feliz cuando su padre imita los sonidos del viento y el mar.

Bardem no tiene nada que demostrar: ha ganado todos los galardones de prestigio en su ramo: Premio Europeo de Cine y Copa Volpi (Mar adentro), Goya (Lunes al sol), Nacional Board of review (Antes que anochezca), Concha de oro (Días contados), Globo de oro, Oscar y Bafta (Sin lugar para los débiles) y Palma de oro (Biutiful).

Pero Bardem se entrega a las emociones de Uxbel, un carismático loser con lado oscuro y lo hace con la sobriedad de quien domina plenamente el oficio de actor.

Barcelona en Bancarrota.

En Biutiful, Barcelona es otro personaje más. Pero, al asumir la abrumadora presencia de la ciudad en el drama, se presenta la cara sucia de Barcelona, la cara de las chimeneas, industriales y contaminantes, la de los graffittis en callejones laberínticos.

No es la Barcelona romántica de Woddy Allen (tampoco están ni Vicky, ni Cristina), no es la Barcelona de los versos de Serrat, no es la Barcelona señorial que presentó Almodóvar en Todo sobre mi madre.

Es la Barcelona-ratonera de los negros senegaleses, esclavos del nuevo siglo que renunciaron a su descanso dominical. Es la Barcelona-madriguera de los pálidos chinos que huyen de la asfixia que supone el régimen comunista.

Es la Barcelona en la que se trafica con los indocumentados exiliados de la pobreza (no tienen voz ni quien les defienda) a los que explotamos por solidaridad, con vileza, al igual que a los mexicanos en California, a los árabes en París, a los bolivianos en Buenos Aires, a los dominicanos en Puerto Rico, a los haitianos en Dominicana.
Es la Barcelona que nos deja oír sus lamentos en las tristes melodías de Gustavo Santaolalla.

Bancarrota en Barcelona.

Pero estos personajes comparten una misma actitud auto-destructiva y el sálvese-quien-pueda se impone como ley de vida cuando nos persigue la corrupta policía o cuando las familias se encaminan, indefectiblemente, hacia la separación.

Bancarrota moral y familias rotas: para Uxbal, el futuro de sus hijos es puro azar. Eso, si logran sobrevivir a su propia ausencia y la desdicha de una madre adicta que ejerce el más viejo oficio del mundo.

Para Igé, a quien le deportan su negro de vuelta a Senegal, toda será cuestión de pura supervivencia. Como la madre tierra, aún en medio de la desesperanza total, ahogada en su propio mar de lágrimas, será capaz de brindar ternura y consuelo.
Pero no todo está perdido donde queda un corazón con capacidad de soñar con los Pirineos y conocer la nieve, o quizás sea conocer el mar, o quizás acariciar el rostro del padre amado a la distancia del recuerdo.

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