Páginas

lunes, junio 30, 2008

Wall-E, lo nuevo de Disney-Pixar

Wall-E es el mejor homenaje que Hollywood puede hacerle, en su cuadragésimo aniversario, a 2001: Odisea del espacio, la joya de Stanley Kubrick, notas de El Danubio azul incluídas. En efecto, parte de la acción transcurre a bordo de una nave espacial, en el futuro lejano (año 2700), con una computadora inteligente que se rebela peligrosamente contra sus programadores.
La nave está poblada (nunca mejor descriptivo este verbo) por terrícolas obesos, producto de la automatización de todo y el embrutecimiento colectivo vía la televisión y los patrones de consumo impuestos: todos están empotrados en su sillón, con una pantalla plana como horizonte y fast food al alcance de la mano. Nadie se toca, nadie se preocupa por los demás, se perdió la conciencia de lo colectivo.
Kubrick, profeta y visionario, hace unos 40 años ya mostraba esos puntos como motivos de reflexión.
Pero, aunque no fuera un velado homenaje, Wall-E tiene sus propios méritos. Ya no basta elogiar los indudables logros en el terreno de la animación por computadoras, ahora estamos ante verdaderos retos narrativos: los dos robots apenan emiten algunas palabras más allá de sus nombres y casi todo vuelve a ser visual sin dejar de ser gracioso. El contenido formal del filme (mensaje incluído) convence sin mayores tropiezos, las imágenes de un planeta lleno de basura nos apenan y nos hacen pensar en la responsabilidad de cambiar presente y futuro.
Uno de los mejores momentos de Wall-E es el vídeo clip de La vie in rose, interpretada por Louis Armstrong. Recuerden que, al menos en teoría, es una película para niños y es probable que los adultos la disfrutemos tanto o más que los pequeños.
Para los que llevan anotaciones, debutó en el primer lugar de las taquillas en USA con la nada despreciable suma de US$62.5 millones. Por si fuera poco, Wall-E es el primer filme con fuerza suficiente como para que se comience a hablar de nominación al Premio de la Academia.
Atención, la nave en Wall-E se llama Axioma. Para los interesados, recuerdo que “axioma” es una verdad filosófica que no necesita demostración. ¿Quieres un ejemplo? Cuando hablamos de cuidar el medioambiente, en realidad hablamos de que se mantengan las condiciones que garanticen nuestra presencia en el planeta. En realidad, el planeta puede existir sin nosotros.

lunes, junio 02, 2008

Marion Cotillard es Edith Piaf en La vida en rosa

Hasta hace unos meses, Marion Cotillard era una francesita de belleza frágil que le caía en gracia a Russell Crowe en Un buen año.
Pero la suerte tocó a su puerta en forma de Edith Piaf, un personaje que, como el amor, sólo se presenta una vez en la carrera de una actriz. Y parece como si Cotillard se preparó toda su vida para encarnarla.
Ella ha ganado un verdadero alud de premios, 19 para ser exactos, incluidos el Oscar, el Cesar, el Globo de Oro, el Bafta y el Lumiére.
No acostumbro a argumentar de esta manera, pero tanta gente no puede estar equivocada: estamos frente a una actuación memorable, una actuación que traspasa los límites de una simple representación.
Primero está el reto de representar a Piaf, un venerado símbolo francés, porque no se trata de otra biografía de otra famosa más, sino de la mejor vocalista de su época, quien cantaba y encantaba las audiencias con su maravillosa voz, sin que importara el idioma de las canciones. En la propia película, otra auténtica diva, Marlene Dietrich la define sin desperdicios: “Su voz es como el alma de París”.
Segundo, el formidable trabajo de meterse en la piel de Piaf, con el lamentable deterioro físico que sufrió (sabemos que el maquillaje ayuda) y sacar partida dramática a tanto abandono, soledad, incomprensión y cualquier otro obstáculo que sufrió “El Gorrión”. Cotillard hace galas de un arsenal de gestos corporales, inflexiones de voz, etc. que realmente resultan convincentes y, para eso (también lo sabemos), no hay maquillaje que valga.
La formidable recepción que el público francés brindó al filme dirigido por Olivier Dahan es su mejor carta de recomendación.
No creo que sea, dentro del biopic, una obra excepcional, sin embargo deseo rescatar de su dirección estrictamente adecuada, las dos licencias reales-maravillosas que se toma: Santa Teresa y Marcel Cerdan.
El resto es la voz de Edith Piaf y contra su embrujo no hay amuleto que valga.